PARTE I - INTRODUCCIÓN

En la parte introductoria referíamos preguntas alusivas a cómo educar en el ser, pretendiendo con ello que cada respuesta fuera formando parte de esa gran construcción pretendida; cada una, como si fuera un pequeño rayo de luz activador de la mente de todos aquellos interesados en el tema; por el contrario, no quisiera que los mismos se reflejaran en la superficie que envuelve nuestro propio ser.

No obstante, para iniciar esta temática los invito a profundizar en un primer concepto que probablemente ya hemos escuchado y que las mismas redes lo proporcionan en forma de presentación, diálogo o reflexión; pero que justamente por ese exceso de información que llega hasta la nube, no alcanza a sellar en nosotros, una verdadera dimensión: La COHERENCIA, que definida de manera elemental corresponde a la cualidad que tiene una persona para actuar en consecuencia con sus ideas y expresiones, actuar conforme sus pensamientos. Dicho de otra manera, es una relación entre dos cosas de manera que no se produzca contradicción ni oposición entre ellas.

Por naturaleza somos COHERENTES, pero ¿qué será lo que nos mueve a no conservarla en el tiempo, si es la misma que nos invita a mantener la armonía con nosotros mismos? Si es el perfecto equilibrio entre el pensar, el sentir y el actuar. ¿Qué hace que cambien nuestras acciones según el lugar o las personas con quienes estemos, tratemos o frecuentemos?

Debemos SABER que aproximadamente el 70% del aprendizaje de nuestros niños, está basado en el ejemplo y si les enseñamos que en su vida tienen que ser responsables, pero nosotros ni siquiera acudimos al colegio para indagar por su proceso educativo, ¿cree usted estar educando en el ser? Le inculcamos al niño a respetar las señales de tránsito, pero él ve cómo usted salta el semáforo en rojo; le enseñamos a que se alimente bien, sin embargo, usted consume comida chatarra; a no pelearse con sus amiguitos, cuando usted bofetea a su pareja sin importar su presencia. Es un sinnúmero de situaciones similares, pero las ilustradas nos dan cuenta que cuando traicionamos los principios, engañamos con algo o a alguien, le esquivamos a las cámaras para no ser sorprendidos o desplazamos las obligaciones, sencillamente no me estoy VIENDO yo mismo, que es el único a quien no puedo engañar.

La tarea que nos queda es iniciar o reiniciar el ejercicio de vernos a nosotros mismos, de una manera tan consciente y repetida, que al igual que las matemáticas u otras asignaturas denominadas ‘imposibles’, llegará un momento en que su aprendizaje ha alcanzado el nivel de activación automático y es entonces cuando podemos tener la certeza de haber aprobado el primer nivel de cómo educar en el ser. Pueden ampliar el tema en: https://bit.ly/2OsSjks o https://bit.ly/2AoeEwl

Con cariño,
GERMÁN DARÍO CARRILLO HERRERA
Rector

PARTE II

En la parte introductoria referíamos preguntas alusivas a cómo educar en el ser, pretendiendo con ello que cada respuesta fuera formando parte de esa gran construcción pretendida; cada una, como si fuera un pequeño rayo de luz activador de la mente de todos aquellos interesados en el tema; por el contrario, no quisiera que los mismos se reflejaran en la superficie que envuelve nuestro propio ser.

No obstante, para iniciar esta temática los invito a profundizar en un primer concepto que probablemente ya hemos escuchado y que las mismas redes lo proporcionan en forma de presentación, diálogo o reflexión; pero que justamente por ese exceso de información que llega hasta la nube, no alcanza a sellar en nosotros, una verdadera dimensión: La COHERENCIA, que definida de manera elemental corresponde a la cualidad que tiene una persona para actuar en consecuencia con sus ideas y expresiones, actuar conforme sus pensamientos. Dicho de otra manera, es una relación entre dos cosas de manera que no se produzca contradicción ni oposición entre ellas.

Por naturaleza somos COHERENTES, pero ¿qué será lo que nos mueve a no conservarla en el tiempo, si es la misma que nos invita a mantener la armonía con nosotros mismos? Si es el perfecto equilibrio entre el pensar, el sentir y el actuar. ¿Qué hace que cambien nuestras acciones según el lugar o las personas con quienes estemos, tratemos o frecuentemos?

Debemos SABER que aproximadamente el 70% del aprendizaje de nuestros niños, está basado en el ejemplo y si les enseñamos que en su vida tienen que ser responsables, pero nosotros ni siquiera acudimos al colegio para indagar por su proceso educativo, ¿cree usted estar educando en el ser? Le inculcamos al niño a respetar las señales de tránsito, pero él ve cómo usted salta el semáforo en rojo; le enseñamos a que se alimente bien, sin embargo, usted consume comida chatarra; a no pelearse con sus amiguitos, cuando usted bofetea a su pareja sin importar su presencia. Es un sinnúmero de situaciones similares, pero las ilustradas nos dan cuenta que cuando traicionamos los principios, engañamos con algo o a alguien, le esquivamos a las cámaras para no ser sorprendidos o desplazamos las obligaciones, sencillamente no me estoy VIENDO yo mismo, que es el único a quien no puedo engañar.

La tarea que nos queda es iniciar o reiniciar el ejercicio de vernos a nosotros mismos, de una manera tan consciente y repetida, que al igual que las matemáticas u otras asignaturas denominadas ‘imposibles’, llegará un momento en que su aprendizaje ha alcanzado el nivel de activación automático y es entonces cuando podemos tener la certeza de haber aprobado el primer nivel de cómo educar en el ser. Pueden ampliar el tema en: https://bit.ly/2OsSjks o https://bit.ly/2AoeEwl

Con cariño,
GERMÁN DARÍO CARRILLO HERRERA
Rector

PARTE III

Un segundo concepto también bastante trascendental en el proceso de Cómo Educar en el Ser y después de haber profundizado en la COHERENCIA, es el DESAPEGO como sinónimo de paz, tranquilidad, felicidad, carencia de sed, disfrute pleno sin cargas emocionales. Educar en el desapego, es educar en la libertad, bajar a cero la dependencia y la posesión; es educar en el ser, porque cuando baja el apego sube el amor; es tener la capacidad de sortear barreras frente a nuestra zona de confort, dejar de necesitar, de vivir con miedos a perder todo aquello a lo cual nos aferramos en exceso y que probablemente no necesitamos.

¿Y cómo lograr el desapego, si en la vida real lo que más alimenta al ser humano es el apego, definido como un estado emocional de vinculación compulsiva o forzosa a un objeto o persona determinada y originada por la creencia de que sin esa cosa o persona, NO es posible vivir, no es posible ser feliz?

¿Cómo lograr el desapego, si culturalmente el medio nos hace creer que la felicidad está relacionada con bienes, confort y derroche? dimensiones que en realidad no son el perfecto bienestar del ser humano, pero que se van convirtiendo en actos tan mecánicos, que nos hacen actuar como robots, olvidándonos inclusive de servir a los demás con autenticidad y sin presiones. Es muy importante comprender que el apego es un inmenso fruto de vicios, soledades, abandonos, ausencias, frustraciones, falsas creencias y miradas oscuras; en una sola palabra, es una gran amenaza, porque cuando no se consigue el objeto de apego, la vida es una infelicidad, pero cuando se consigue, tan sólo produce un instante de placer pasajero… seguido del temor por perderlo.

La pregunta más importante de este escrito es ¿cómo puedo ayudarme para encontrar el desapego y ayudar a los míos a ser mejores seres? Lógicamente que no hay fórmulas mágicas, pero sin embargo, podemos hacer reflexiones que puedan ilustrarnos:

  1. Identifique o haga un listado de aquellos objetos, cosas o personas que más afectan su tranquilidad.
  2. Ordene con prioridad cuál de los anteriores tiene un mayor efecto negativo en su bienestar
  3. Empiece uno a uno a opacarlos de su vida, para lo cual requiere previamente:
    3.1 Piense en su felicidad: debe reconocer que usted es absolutamente responsable de las consecuencias por cualquier decisión a tomar y que por ningún motivo, esa decisión puede depender de opiniones o consejos ajenos.
    3.2 Valore más el presente que el pasado o el futuro: Implica olvidar rencillas pasadas que tan sólo alimentan rencores, al amor que pudo ser pero no fue, tantas frustraciones no superadas.
    3.3 Profundicemos en el concepto de libertad, como la forma más íntegra y saludable de disfrutar la vida, de entender que no estamos obligados a ser responsables de la vida de otros que quizás no se lo merecen, de reducirle a la sobreprotección de los hijos que les impide madurar y avanzar con mayor seguridad para explorar el mundo.
    3.4 Recordemos que nada es eterno: las relaciones y las cosas materiales cambian, maduran y a menudo hasta desvanecen. Asumamos por tanto la idea del cambio, la ausencia e incluso la pérdida como una ley vital a la que no podemos cerrar los ojos.

Queda aquí entonces planteada una segunda tarea que no es nada fácil de llevar a cabo, una reflexión que exige de cada uno de los interesados en educar en el ser bajo el concepto del desapego, desarrollar un altísimo grado de conciencia en cuanto a los beneficios obtenidos, porque son pocos los dispuestos a desprenderse de muchas cosas o personas que le han ‘pertenecido’, y vernos a nosotros mismos de una manera tan consciente, que seamos capaces de cerrar los ojos y a todo grito decir: Nada está por encima de mi felicidad.

Pueden ampliar el tema en: https://bit.ly/1Kb510J  //  https://bit.ly/2MUr3dd

Con cariño,
GERMÁN DARÍO CARRILLO HERRERA
Rector

PARTE IV

Hoy nos ocupamos de un tercer renglón en esta serie de cómo educar en el ser: ‘Ver’ a los hijos, como un regalo. Los hijos son la ilusión del hogar, la mayor bendición de Dios, el verdadero milagro de la creación; para comprenderlo, basta con detenernos a contemplar el increíble proceso de gestación, la salida del vientre de su madre, su primera mirada al mundo exterior, esa sonrisa inicial, el proceso de gateo y sentado, el afinar de sus pasos hasta lograr erguirse sobre la tierra…su escuela. ¿Y dónde estábamos los padres en todas esas etapas naturales, fundamentales y determinantes en la vida del niño? He ahí una interesante pregunta.

Lo ideal hubiera sido que en esos primeros años que han pasado de la vida de ese hijo, hubiésemos estado presentes disfrutando además, de sus llantos, sus sonrisas y dolencias; para que conjugados con el amor de padre o madre, se fuera tejiendo una versión mejorada de nosotros. El estar presentes en momentos tan importantes de sus vidas, afianzaría la relación, haciéndonos sentir de verdad, que son la prolongación de nuestra existencia.

Pero corre rápidamente el tiempo y el niño sigue creciendo en medio de su familia, su entorno, la sociedad y la escuela, cambiando muy posiblemente sus hábitos, valores y costumbres, y para lo cual, si sus padres no estamos preparados para comprenderlo o nos sentimos frágiles porque nuestro actuar frente a él, no ha sido firme y respetuoso o no hemos dado la orientación pertinente, muy posiblemente se empiecen a generar discordias o heridas, algunas veces difíciles de cicatrizar; ahora la incomprensión se convierte en intolerancia y en una eventual ceguera de adulto se nos olvida que el más débil requiere de más amor, de más afecto, que los hijos no pidieron venir a este mundo. Y en un ir y venir del tiempo, puede cambiar el lenguaje, se rompe la buena comunicación y con ella, los lindos susurros, las emotivas expresiones; es entonces cuando se ha perdido el sentido y airados expresamos: ¡Qué carga la que es mi hijo!, ¡Ya no me lo soporto!, ¡Cuando serán las vacaciones para que se largue!, ¡Ese hijo mío es un estorbo!

Ese estado extremo en la relación con el hijo, nos ha hecho perder la esperanza y el rumbo de una ruta que ya estaba trazada; es urgente buscar ayuda para recuperarla, porque cualesquiera sean los motivos, tenemos la obligación de seguir afirmando que: ¡Los hijos son un regalo, son el gran regalo de Dios!

Pueden ampliar el tema en: https://bit.ly/2POJ2DW  //  https://bit.ly/2wy8Ew5

Con cariño,
GERMÁN DARÍO CARRILLO HERRERA
Rector

PARTE V

Hoy nos atañe un cuarto elemento, que dependiendo de la óptica con que se le mire, puede generar una mínima controversia, la misma que procuraré reducir, intentado hacer las respectivas clarificaciones: La espiritualidad.

Para muchos, la espiritualidad está asociada con la esencia del ser, con la religión, con las tendencias espirituales, con las artes marciales, con el más allá, con los caminos fugaces…; y todos tienen la razón, porque empezamos aclarando que la espiritualidad tiene una doble vía, la humana y la divina; en nuestro caso, estaremos haciendo alusión exclusivamente a la espiritualidad humana, aquella de la estamos alejados hace rato o nos hemos venido alejando, probablemente, porque ni siquiera estamos conscientes de tan importante valor.

Y salta entonces la primera pregunta: ¿Qué significa ser espiritual? ¿Acaso es ir a la iglesia, escuchar juiciosamente la homilía y cuando salimos de este recinto sagrado, todo sigue igual? ¿Acaso ser espiritual, es arrodillarnos en algún sitio del mundo para darle gracias al Creador, por “todo” lo que tenemos y cuando seguimos el camino, todo sigue igual? ¿Acaso ser espiritual, es darnos golpes de pecho para arrepentirnos de todo lo malo que hemos hecho, pero cuando terminamos el ejercicio, seguimos atropellando al otro, porque “ese” es un ser inferior?

¡Qué gran equivocación en la que estamos! No, la espiritualidad humana tiene un contexto profundamente diferente y aunque es inherente al ser humano, se va desvaneciendo como la lluvia en el verano, por no ser canalizada de manera apropiada por quienes están bajo nuestro cuidado; Es una fuerza interna que dinamiza la dimensión del ser humano, es un estado de consciencia que le permite entender al otro de una manera compasiva, comprensible, sin egoísmo y sin miedo; la espiritualidad, nos hace más humanos, porque el crecimiento espiritual le da sentido también, a la vida del otro.

La espiritualidad empieza cuando siento paz conmigo mismo, que mi vida es sana y me produce felicidad; cuando me siento capaz de despojarme del egoísmo y de sobreponerme a la presión que me genera la sociedad. En ese estado, tengo que empezar por ver al mundo de una manera diferente, de sentir que se favorecen las condiciones de vida, porque se abren caminos que en su ausencia, no serían posibles. Ser espiritual no me exige estar aferrado a ninguna religión; es ponerme en los zapatos del otro; es procurar ser la mejor versión de uno mismo, sin buscar las respuestas afuera, porque allí estas no existen.

Cuando se inicia un camino de crecimiento espiritual, se da un proceso que incide en el desarrollo de todas las demás dimensiones que conforman el ser: en lo social, en lo profesional en lo familiar y en general, en la relación con los demás; crecer espiritualmente es incorporar en los actos de la vida valores como la tolerancia, el perdón, la bondad, la generosidad y la compasión.

Entonces el no ser espiritual, ¿significa ser malo? No; significa simplemente que no vemos el mundo más allá de los 5 sentidos: tengo ojos para ver, oídos para escuchar, nariz para olfatear, lengua para degustar y tengo piel, para “sentir”; es decir, en la cotidianidad operan normalmente estos importantes elementos vitales de nuestro organismo que mantienen el contacto con el mundo físico; estamos consagrados al mundo exterior pensando que de él, tenemos todo el derecho y me aprovecho del prójimo para mi propio beneficio. Actuamos en una sola vía y estamos convencidos que todo marcha bien: no importa que en esas acciones haya ausencia de corazón, no importa que sólo está presente el cuerpo, pero nada de alma; no importa que esa piel sólo sienta superficialmente, no importa…..que haya ausencia de corazón.

Y entonces ¿cuál es el camino a seguir para alcanzar la espiritualidad? Éste lo determina cada uno, pero debemos anotar, que para lograrla, no basta simplemente con pretenderlo; se requerirá de un camino tan corto o tan largo como cada uno decida; porque requiere de esfuerzo, perseverancia y probablemente sacrificio. Hechemos mano de la linda frase de Cohelo cuando expresa: “Los problemas nunca se acaban, pero las soluciones, tampoco”.

He aquí algunas experiencias contadas por muchos que podrían ayudarnos.

  1.  Entrenamiento gradual de interiorización: respiraciones profundas hasta sentir los latidos del corazón: En dicho momento intentas generar los cambios de pensamiento a lo que quieras comprometerte, hasta lograr tu acometido.
  2.  Entrenamiento gradual de interiorización: decir “zzzzzzz”, mientras te tapas los oídos e intentas generar los cambios de pensamiento a los que quieras comprometerte, hasta lograr tu acometido.
  3.  En la soledad apagar las luces y generar un estado profundo de reflexión consigo mismo: identifique todos los propósitos que desee llevar a feliz término.
  4. Concentrado y al ritmo de mirar una vela, puede generar preguntas como: ¿A qué le temo?, ¿Cuál mi misión en esta vida?, ¿Estoy actuando adecuadamente?, ¿Qué me gusta realmente de este mundo?, ¿Tiene sentido lo que hago actualmente? ¿Cómo puedo mejorar?… ¡Formule todas las preguntas que considere necesarias!
  5. Acuda a una corriente espiritual como el yoga, que por definición es “unión con uno mismo”.
  6. Acuda al judo como deporte de alto nivel educativo y de socialización, que fomenta valores como el respeto, la disciplina, el autocontrol, el esfuerzo y el deseo de autosuperarse; fue inventado por Jigoró Kanó, con un propósito sublime: ceder para vencer.

En cada una de las prácticas anteriores, podrá encontrar una dualidad de sensaciones entre miedos y emociones, que servirán de guía para ir canalizando nuestro deseo ferviente de incrementar su espiritualidad. Pueden ampliar en: https://bit.ly/2QAP23B  //  https://bit.ly/2QCS86Z

Con cariño,
GERMÁN DARÍO CARRILLO HERRERA
Rector

PARTE VI

La humildad, más conocida como aquella virtud que nos permite identificar o conocer nuestras propias limitaciones y debilidades y para actuar de acuerdo con ellas; ha sido erróneamente interpretada como sinónimo de pobreza, sumisión o debilidad, dando con ello a entender que quien es humilde es fácil de dejarse manejar, manipular o conquistar. Pero este concepto queda rotundamente anulado, cuando comprendamos que la humildad es el lado opuesto de la soberbia, de la arrogancia, de la prepotencia y que el poseerla, nos ayuda significativamente a convivir de manera armónica en la sociedad.

Expresado de otra forma, ser humilde es sinónimo de ser modesto, sencillo, sin complejos de superioridad y con un profundo respeto por las personas y su entorno; es comprender que muchas cosas no puedo hacerlas yo sólo, porque no tengo la capacidad suficiente para ello y que en consecuencia requiero de la ayuda de los demás; es reconocer en el otro, cualidades de las que carecemos.

Por ello y con toda la razón expresan los versados en el tema, que la mayor manifestación de la humildad es el autoconocimiento; que consiste en identificar de qué somos capaces, hasta dónde podemos llegar y cómo podremos lograrlo a partir de nuestras fortalezas y debilidades. La humildad nos permite también reconocer que cuando se pierde en algo (en un juego, un partido, un torneo, porque no siempre se gana), se está también valorando el esfuerzo y la capacidad del otro; es la oportunidad para verificar acerca de nuestro equilibrio emocional, para no caer en un estado de frustración.

Por ello:
Cuando comprendamos que las demás personas también hacen parte de nuestras vidas, que son importantes y que muchas veces son quienes nos tienden la mano, nos apoyan o nos orientan, estamos poniendo en práctica la humildad. 

Cuando reconozcamos que un logro o éxito alcanzado, no fue sólo por mi propio esfuerzo sino por el de mi equipo de trabajo, está de presente la humildad. Cuando agradecemos la vida que llevamos, la salud que poseemos, los amigos y la familia que tenemos, el plato que nos comemos y el amanecer de un nuevo día de vida, está presente con nosotros la humildad. Cuando tengamos la capacidad de darle la razón al otro porque la tiene, de ofrecer disculpas, de reconocer nuestros errores, de escuchar a los demás de manera atenta porque nos necesitan, ese día estamos poniendo en práctica la humildad. Cuando NO proclamamos a los tres vientos las buenas obras que hacemos, las virtudes que tenemos ni los recursos económicos que poseemos, ahí está latente la humildad.

Atrás debe quedar entonces la soberbia, la que no nos deja comprender que la vida está llena de altibajos y que así como hoy podemos estar arriba, mañana el panorama puede ser el contrario; la misma que pondera su “bienestar” tan sólo por el status económico, la que te hace mirar con desprecio mayúsculo al resto de la gente; la que lleva todo a un nivel extremo, porque allí prima además el orgullo, la arrogancia, la vanidad, el engreimiento y la presunción. ¿Entre 1 y 10, cuánto se autoevalúa en humildad?

GERMÁN DARÍO CARRILLO HERRERA
Rector

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